lunes, 25 de agosto de 2014

TOXEMIA Y DESINTOXICACIÓN




Cuando el cuerpo no tiene energía suficiente o está agotado por contrarrestar una forma de vida no sana, estos órganos no eliminan: las sustancias de desecho originadas por el propio metabolismo del cuerpo; la putrefacción intestinal por una incorrecta alimentación y las malas digestiones, fermentaciones y putrefacciones añadidas; y las sustancias tóxicas provenientes del exterior (café, alcohol, tabaco, drogas ilegales. medicamentos, pesticidas y abonos químicos de los alimentos; conservantes, colorantes, aromatizantes químicos y artificiales en la comida, la contaminación del agua, la tierra, el aire sólo se salva el sol, porque aún nos queda un poco lejos), las sustancias contaminantes de los productos domésticos de limpieza, pinturas,.. Todas estas sustancias perjudiciales para el cuerpo se van acumulando en nuestro interior dando lugar a la Intoxicación, y esta intoxicación origina la enfermedad.

El agotamiento que precede a la intoxicación no sólo es debido a que el cuerpo tiene que responder a la forma de vida antinatural con su energía, sino que además perdemos mucha energía en nuestros procesos mentales y emocionales. Por nuestra cabeza o por nuestro corazón se nos va la energía. Todos hemos experimentado que un disgusto emocional o una preocupación mental nos agota más que una maratón. Una persona sana puede recuperar dicha energía de forma relativamente fácil a menos que haya una gran crisis psicológica de por medio, pero cuando la crisis afecta a una persona al borde de la enfermedad hace que esta aparezca fácilmente, en forma de crisis psicológica grave o de enfermedad corporal, aguda o recaídas crónicas. Cuerpo y mente son una unidad aunque nos cueste darnos cuenta.

Como hemos visto, la enfermedad se genera cuando hay un agotamiento, situación en la que el cuerpo no puede generar suficiente energía para realizar sus tareas normales y esta se retira de ciertas zonas como son los órganos llamados de desintoxicación. En ella las bacterias, los virus, la edad, la herencia, el clima,...son factores normalmente añadidos. No les echemos la culpa para que no se conviertan en chivos expiatorios, justificando así nuestra forma de vida. Manteniendo además una actitud derrotista porque esos microorganismos, queramos o no, no son las verdaderas  causas de la enfermedad, sólo aparecen  después de que la enfermedad esté instaurada, para alimentarse de las sustancias muertas o en descomposición, tal como lo hacen en la naturaleza. Las bacterias, en el ciclo de la naturaleza, descomponen la materia muerta para que pase a formar parte de la tierra cerrando así el ciclo natural, y sin ellas no podría mantenerse la vida. Son verdaderos agentes de limpieza. ¿No estarán haciendo lo mismo en el organismo enfermo?

Tenemos miedo a los microbios, unos microorganismos invisibles al ojo humano, y en cambio no nos da miedo: beber alcohol, fumar tabaco, vivir en estrés, llevar una alimentación insana, pensar mal de los demás, mantener rencor por un familiar o un amigo.

Ante una epidemia, que supuestamente desde el punto de vista higienista está  ocasionada por nuestra forma de vida, los microbios son consecuencia y resultado, no la causa. Si fuera la verdadera causa de la enfermedad alcanzaría inevitablemente a todas las personas que hubieran tenido contacto con dichos microbios. Pero todos sabemos que ante cualquier epidemia, por muy grave que esta sea, hay personas afectadas o enfermas y otras en cambio, permanecen sanas.

Quizás la medicina debería nos sólo estudiar a los enfermos sino que, tan importante como ello, podría gastar un poco de su tiempo en estudiar a las personas sanas hasta conocer  por qué no caen enfermas, a pesar de estar rodeadas de microbios. ¿Quizás su forma de vida, de alimentarse, de respirar, de trabajar, de descansar, de tomar la vida psicológica, emocionalmente y en relación a los demás, tenga que ver en todo esto? ¿Quizás o seguro? Ellos se mantienen sanos porque en todas estas cosas se diferencian de los que han “caído” enfermos. ¡La enfermedad no es tan caprichosa como la lotería. A unos les toca la lotería y a ti en cambio te ha caído un cáncer, que mala suerte! Esto no sólo es determinismo (indicando que  no hay nada que hacer, que si nos toca nos toca) sino fatalismo. Una visión que aún nos quita fuerza y capacidad de respuesta y de mejora individual y social.

Santi Aldekoa

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